Podría hacer daño, nunca lo haría. Podría atravesar los muros en los que la encierran, busca una puerta.
Paradójico porqué a una prisión entre interrogaciones. Rechazó su vida a cambio de una sonrisa. Respondía a su futuro con puntos suspensivos...
Ella tenía miedo a las agujas. No, no era una de ellas, sino una persona con alma de aguja.
Miedo a las que un día tocaron su sangre e intentaron conducirla, a ciegas, hacia un ciego destino, dejando atrás su sordo pasado. Que la atraparon en la dependencia de la soledad y que apagaron, una a una, cada chispa de ilusión.
Miedo a las que tejen esperanzas que atrapan para siempre a los distraídos. Compañeras de la rueca que un día le pinchó la vida hasta sangrar pena.
Miedo también a las que aguantan los zapatos de tacón que se oyen en sus sueños, movidos por sus propios pies. Sonido que se desvanece con la misma rapidez de un despertar y que graba en morse la palabra "sueño" en su mente.
Pero tenía miedo, sobre todo, a las agujas del tiempo, pues se clavaban, segundo a segundo, en su alma, desgarrándola con el sonido de un tictac. Retirando, a cada uno de sus pasos, las lágrimas de tiempo que derramaba sin quererlo y que se escurrían entre sus manos sin poder atraparlas.
Segundera la llamaban, no por vivir cada segundo como si fuera único, sino por encontrar siempre a alguien que llegaba primero...