viernes, 11 de diciembre de 2009

Miedo a las agujas

Tan brillante como el primer día. Mil destellos en contacto con la luz esconden su dura, aunque corta vida. Caminaba con la cabeza alta y era muy respetada por todos... por todos menos por ella misma. Útil cuanto necesaria, usada cuando se necesitaba, necesitaba ser útil, no utilizada. Tantas veces sobrevivió a los que la quemaron para reutilizarla, que su corazón se ahogaba del humo del hollín que salía por sus ojos, antes verdes, mezclados con sus ganas de huir.
Podría hacer daño, nunca lo haría. Podría atravesar los muros en los que la encierran, busca una puerta.
Paradójico porqué a una prisión entre interrogaciones. Rechazó su vida a cambio de una sonrisa. Respondía a su futuro con puntos suspensivos...
Ella tenía miedo a las agujas. No, no era una de ellas, sino una persona con alma de aguja.

Miedo a las que un día tocaron su sangre e intentaron conducirla, a ciegas, hacia un ciego destino, dejando atrás su sordo pasado. Que la atraparon en la dependencia de la soledad y que apagaron, una a una, cada chispa de ilusión.
Miedo a las que tejen esperanzas que atrapan para siempre a los distraídos. Compañeras de la rueca que un día le pinchó la vida hasta sangrar pena.
Miedo también a las que aguantan los zapatos de tacón que se oyen en sus sueños, movidos por sus propios pies. Sonido que se desvanece con la misma rapidez de un despertar y que graba en morse la palabra "sueño" en su mente.
Pero tenía miedo, sobre todo, a las agujas del tiempo, pues se clavaban, segundo a segundo, en su alma, desgarrándola con el sonido de un tictac. Retirando, a cada uno de sus pasos, las lágrimas de tiempo que derramaba sin quererlo y que se escurrían entre sus manos sin poder atraparlas.

Segundera la llamaban, no por vivir cada segundo como si fuera único, sino por encontrar siempre a alguien que llegaba primero...

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